En
este tiempo de preparación de la solemnidad del Espíritu Santo, mi
pensamiento, como el de todos los cristianos, se dirige a toda la
Iglesia, esa gran familia a la que amamos y en la que hemos nacido,
crecido y –cuando Dios quiso- en ella hemos percibido su llamada.
En vuestro caso, la llamada a la misión, profunda realidad eclesial
que no tiene fronteras y que se extiende por aquí y por allá.
Al
repasar la secuencia de Pentecostés me encontré con esta estrofa:
¡Brisa
en las horas de fuego!,
y me acordé de todos y cada uno de los hermanos y hermanas que, como
hijos de estas tierras ourensanas, os encontráis en esos lugares de
avanzadilla de la Iglesia. He pedido al Espíritu Santo que os
acompañe en esas “horas de fuego” no solo cuando sentís la
consolación del amor que nos
primerea a todos,
constantemente, y nos empuja hacia nuevos horizontes, sino en esos
otros muchos momentos en los que la edad, el cansancio, la enfermedad
y, por qué no, ¡cierto desencanto! pueden llevaros a caer en el
desaliento. En esos momentos sentid la brisa del Espíritu, renovad
vuestro sentido de comunión en esta Iglesia que os quiere y se fía
de vosotros, y os considera los más valiosos de sus hijos.
Os
invito a que redescubráis el sentido profundo de la comunión
eclesial, en ella percibiréis con fuerza que no estáis solos,
porque todo nuestro ser, lo que somos y vivimos es, y lo sentimos
como una realidad viva, gracias al espíritu de comunión. Somos
nada, o menos que nada sin esa misteriosa y fecunda brisa de la
comunión eclesial; podemos decir, parafraseando al Apóstol: en ella
somos,
nos movemos y existimos.
En
esta Iglesia que peregrina en la fe, en medio de luces y sombras, por
estas antiquísimas tierras ourensanas, estamos reviviendo este
espíritu de comunión que, a veces, da la sensación que se ha
dejado llevar del individualismo y particularismo que nos envuelve y
nos ha llevado a descuidar el espíritu de comunión eclesial, que es
ese ámbito nutricio en donde hemos nacido a la vida de fe y a la
vocación.
Ayudadnos
desde ahí a que no se apague el espíritu de comunión entre
nosotros y rogad, como también nosotros hacemos, para que la brisa
del Espíritu sople con fuerza y reavive esas ascuas de la comunión
para hacer que el rostro de la Iglesia sea más creíble, aquí y
allá.
Os
bendice con afecto y se encomienda a vuestras oraciones.
J.
Leonardo Lemos Montanet
Bispo
de Ourense
10
de Mayo 2018
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